sábado, 18 de julio de 2009

Lo que nos merecemos.

La niña se portó bien en la escuela, tiene seis años y ya lee bien. Se merece una ida al Mc. Donalds y las felicitaciones de papá.

La señora trabajó muy duro en casa, mantiene todo limpio y sus hijos son modelos. Se merece una visita al salón de belleza y la devoción de los suyos.

El profesional no se conformó con lograr las metas esperadas por su organización; sino que dio la milla extra y consiguió motivar a todo su equipo. Se merece un ascenso y un aumento de salario.

Todos, en algún momento, hemos hecho cosas esperando que se nos retribuya de alguna manera, bien sea en dinero, en atenciones, en respeto, en gratitud, en fin, que se nos reconozca de alguna manera el esfuerzo y los resultados logrados.

Pero, ¿qué pasa cuando nadie se da por enterado y lo que aportamos no tiene valor ante los ojos de los demás?. Sí, porque existen personas que nunca agradecen lo que uno hace; piensan que es nuestra obligación y muchas veces pagan mal por bien. Hasta los hijos, en ocasiones, se vuelven ingratos y manipulan a sus padres.

Las lecciones del Quijote y de la Biblia resuenan en nuestros oídos cada vez que el ser humano procede de manera injusta con aquellos que le aman y buscan su bien. En cada ocasión en que el ser humano siente en lo profundo de su alma la triste amargura de sentir que su sacrificio fue en vano.

Dios no paga así. Jesús, al morir en la cruz, no se puso a "chacharrear" en contra de aquellos que le condenaban - después de tantas sanidades, liberaciones y milagros hechos a favor de la gente que gritaba pidiendo su muerte. Él sabía que unos pocos sí se lo agradecerían rindiendo sus vidas a Él y llevando una existencia que le agradare.

Todas esas personas que pagan el precio de llevar una vida agradable a Dios, aunque a veces se desaniman por las circunstancias y los problemas, tienen la fe de que Dios sí recompensará a cada uno conforme a sus obras, es decir, con justicia.