jueves, 13 de abril de 2017

Los 300 balboas de aumento a los educadores: ¿están justificados?

El miércoles tuvimos una reunión de personal docente en mi salón y salí de ahí sumamente contrariada. Por enésima vez, la dirección, abusando de su poder y posición de autoridad, nos impuso unos boletos (8, para ser exactos), los cuales los educadores debemos cancelar a fines de mayo. Huelga decir que el pueblo de Dios rechaza los juegos de azar, por lo cual, esos ocho balboas tendrán que salir de mi bolsillo, al igual que otros 39 balboas para otros boletos de las actividades de la comisión de valores (baby shower, cumpleaños y duelo) y otras barbaridades más. El dinero que debería ser para procurar mi bienestar y el de mis hijos se va como agua entre los dedos, y no puedo hacer nada para evitarlo.

Dirá alguien: "No seas tonta. Las leyes y decretos educativos prohíben expresamente las actividades económicas de ese tipo en las escuelas. Nadie puede obligarte". Y es cierto, las rifas están prohibidas. Pero, en la práctica, no es algo tan fácil de eludir. La que impuso dicha medida fue la misma supervisora, so pretexto de que se necesitan fondos para los concursos, costear la salida de los estudiantes y otras cuestiones por el estilo. ¡Habráse visto! ¡La misma persona que conoce las leyes educativas se encarga de burlarlas!

Por otro lado, los directores de las escuelas no soportan que sus subordinados les opongan resistencia. Existen muchas formas de perseguir a los maestros rebeldes, por medio de la evaluación, exhibiéndonos y humillándonos públicamente, así como hacernos la vida de cuadritos de mil maneras distintas. 

En conclusión, los directores y supervisores quedan bien a costillas de los docentes, abusan de su autoridad y no respetan nuestro tiempo familiar. Pareciera que por hacer bien nuestro trabajo, el pago es asaltar nuestra cartera o billetera y robar tiempo que deberíamos dedicar a nuestra familia en actividades que ni los niños o sus acudientes valoran como debieran.

Al llegar a casa, ya con la cabeza fría, me puse a meditar que escogí una carrera en la que las cosas sencillamente son así. Es mejor aceptar la realidad de las cosas y no pretender vivir en una utopía, donde todas las cosas tienen que ser justas y perfectas. Simplemente, el magisterio es una profesión que demandar dar tiempo, dinero y esfuerzo, aún a costa de nuestra felicidad personal y familiar. Hay que tener claro que nunca vamos a quedar bien con nadie y que nadie nos va a agradecer nuestro sacrificio.

Cuando la opinión pública nos maldice por paralizar las clases y salir a las calles a exigir un aumento salarial, a mí me da un dolor terrible, la ingratitud de la gente. La escuela se ha vuelto una guardería en la que los niños rebeldes y mal educados son abandonados por cinco horas o más, mientras los padres descansan de ellos. Pagamos los regalos y, por medio de actividades, el transporte de los niños que concursan y ningún padre o madre se digna de agradecernos eso. ¡Mucho menos los administrativos!

Hay gente que se levanta a lanzarnos lodo en las redes sociales y los diversos medios de comunicación. ¡Pero nunca han estado en un aula, ni han soportados las peripecias propias de nuestra profesión! Jamás han soportado las humillaciones que un educador tiene que sobrellevar, para conservar un empleo con el que solamente queremos mantener nuestra familia.

Acepto que existe un gran número de colegas sinvergüenzas, a los que no les importa en lo más mínimo el bienestar de sus estudiantes. Pero no es justo que se nos juzgue a todos por la conducta de una minoría.

En conclusión, cuando la sociedad nos cuestiona qué vamos a dar a cambio de un aumento salarial, debería también investigar nuestra condición laboral, para poder emitir un juicio de valor basado en la realidad y no en prejuicios. 

Y cada día laborable, en los que gasto casi B/. 5.00 de transporte y me esperan dos horas de ida y dos de regreso a casa, pienso: "No importa lo que diga el mundo. ¡Tú te mereces el aumento salarial!.