La primera vez que
llegué a Changuinola, me sorprendió ver la gran cantidad de plantas de banano
sembradas a lo largo de las vías de acceso al centro de la ciudad. No se
parecían a las que sembró mi difunta bisabuela y uno que otro vecino en las
tierras altas chiricanas, las cuales producían bananos (los chiricanos decimos
“guineos”) pequeños, de intenso color amarillo y fuerte olor. Nada de eso. Eran
unos racimos enormes, envueltos en unas extrañas bolsas azules, con
perforaciones menudas.
Alquilé un
apartamento pequeño, al lado de una empacadora de banano. El casero me había
advertido que, después de las 5:30 a.m. era imposible conciliar el sueño,
puesto que los transportadores arrancaban los “motores”, unos curiosos
vehículos utilizados para mover los racimos de frutas desde la finca hasta la
empacadora. Pero como tengo la costumbre de levantarme mucho más temprano que
esa hora, no he confrontado dificultad alguna hasta el momento.
Así que, a medida que
me habituaba a las vicisitudes de vivir en Finca las 30 (apagones de luz, clima
impredecible, mala iluminación nocturna, delincuencia y suspensiones periódicas
en el suministro de agua potable, entre otras cosas), también me puse a
observar el movimiento del lugar: gente en jeans y botas de hule, yendo y
viniendo; chicas con delantales
impermeables color amarillo, indígenas ngöbe con la ropa manchada de resina portando
objetos que me parecieron guadañas en sus mano y jefes dando órdenes por
doquier. Sentí una curiosidad enorme por saber lo que ocurría dentro de
aquellos recintos.
A medida que comencé
a conocer personas y a leer información sobre el tema (principalmente, del
libro “El Indio sin ombligo”, del doctor Pernett y Morales y algunos artículos
publicados en Internet) mi mente se formó una idea de lo importante que es la
producción del “oro verde” en la economía de Changuinola. Sin afán de
publicitarlo, el cultivo de banano ha proporcionado una gran cantidad de
empleos vinculados directa e indirectamente con este rubro, aparte del
surgimiento y desarrollo de universidades, negocios e industrias.
El domingo anterior,
conocí a un supervisor, a quien llamaré Fran. Como resultó una persona de suave
trato y a quien no parecían molestarle mis constantes preguntas, inquirí acerca
del funcionamiento de las empacadoras: ¿para qué envuelven las cabezas de
banano en bolsas azules? ¿cómo saben en qué momento cosechar? ¿por qué colocan unos
objetos en forma de media luna en los racimos de banano? Y, finalmente, ¿qué
rayos es una bacadilla? (Esta palabra la busqué en el Diccionario de la RAE y
no la hallé, aunque lo intenté tanto con “v” y como con “b”, por lo que no
estoy segura de cómo se escribe, realmente).
Fran me explicó que,
contrario a lo que pudiese observarse a ojo de buen cubero, el cultivo del
banano comercial se desarrolla de una manera científica y sistemática. Los
bananos no se cosechan caprichosamente, existen unas cintas y unas medidas de
calibración que sirven de referencia;
aparte de consideraciones logísticas (cantidad de personal disponible
para cosechar, transportar, tratar y empacar la fruta) y climáticas, las cuales
determinan si una temporada es de baja o alta actividad. Además, no se puede
atiborrar una caja con bananos: se ha determinado un rango aceptable de peso y
madurez de la fruta para poder envolverla en una cubierta plástica y sellar las
cajas.
Existen cultivos que
se pueden producir en casa, sin necesidad de muchos cuidados, desarrollando cosechas
apreciables, como es el caso del guandú y los mangos. Con los bananos no ocurre
igual, se requiere de bolsas plásticas para envolver las cabezas hasta el
momento de su cosecha (para evitar las picaduras de insectos) y fumigación
constante para mantener a raya toda clase de plagas; amén de que las condiciones atmosféricas
(sequedad o lluvias torrenciales) pudiesen afectar negativamente al producto
final. Incluso, la cantidad de hojas que posee la planta en el momento del
corte determinan la calidad de la fruta, pues pudo haber sido expuesta a
demasiado sol, lluvia o evaporación de humedad y temperaturas que no son
óptimas.
El corte de hojas
dañadas o amarillentas, la fumigación aérea, la revisión prolija de cada racimo
– colocándoles unos objetos de polyfoam, llamados “galletas”, entre mano y mano
de banano – son cuestiones a considerar. Existen controles de calidad para
todo, inclusive, llegan autoridades foráneas a cerciorarse que los
fertilizantes, fungicidas e insecticidas utilizados en las fincas cumplan con
las normas internacionales de seguridad, con el menor daño posible al ambiente
y las personas que laboran allí.
En conclusión, el
cultivo de banano ha impulsado grandemente la economía bocatoreña, generando
fuentes de ingreso directas e indirectas y el surgimiento de negocios a todo lo
largo de los lugares poblados de Changuinola, cercados por interminables
sembradíos de banano y la esperanza de una vida mejor.