En estas últimas semanas, Panamá
ha experimentado una ola de abandono de bebés y de hallazgos de fetos en
lugares públicos. Los noticieros han presentado información impactante acerca
de bebés vivos abandonados y de fetos arrojados a la basura, descubiertos por
transeúntes.
Recordé un libro de Billy Graham
en el que se abordan esta y otras situaciones, como parte de los últimos
tiempos que vivimos. Por la naturaleza del asunto, se polarizan las opiniones:
unos afirman que es un derecho de cada mujer o pareja decidir, si esa
criaturita que viene formándose en el vientre, debe nacer o no. Otros le llaman
homicidio a la interrupción de ese proceso, afirmando que a ese pobre bebé
nadie le preguntó si quería nacer o no.
En los argumentos a favor del
aborto, se afirma que es un método de control de la natalidad, que si la
criatura viene con malformaciones o retardo mental, le hacemos un favor al no
permitir que venga a un mundo donde no tendrá libertad y sufrirá el rechazo y
la burla de la sociedad. También, está el caso del incesto, en el que niñas de
once y doce años quedan embarazadas luego de ser abusadas por algún familiar y
tienen que hacer frente a una responsabilidad para la que no están preparadas.
Otras mujeres enfrentan embarazos sumamente riesgosos, en los que el embarazo
compromete sus vidas y finalmente, los derechos de la mujer. Ya quedaron atrás
los años en los que los hombres controlaban todos los aspectos de la vida de
sus hijas y esposas; ahora, la mujer
goza de derechos y privilegios y puede, en última instancia, decidir si desea
ese embarazo o ponerle punto final.
Por otro lado, quienes están en
contra, afirman que el aborto no es más que homicidio. Ya sea por egoísmo de la
mujer que decide interrumpir el embarazo (para poder continuar sus estudios,
por el qué dirán de la sociedad, por su situación financiera, para no perder su
figura – como el caso de una famosa actriz de Hollywood de los años 50 y 60,
cuya biografía leí y en la que se afirma que recurrió dos veces al aborto para
no perder su contrato, en el que su belleza física jugaba un papel
importantísimo) o por motivos “humanitarios” (derechos de la mujer, edad
demasiado corta, incesto, violación, entre otros), igual, se está acabando con
la vida de un ser humano. Un ser con personalidad, que existe porque el Señor
así lo permitió.
Al leer el Salmo 139:13 “Porque
tú formaste mis entrañas, tú me hiciste en el vientre de mi madre” y 139:16 “Mi
embrión vieron tus ojos y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que
fueron luego formadas, sin faltar una de ellas”, vemos que Dios ama al ser
humano y es el responsable de que exista. Como dice en el libro de Rick Warren,
una vida con propósito, Dios permite aun el pecado (adulterio, violación,
fornicación) para que se forme un hombre o una mujer, con la combinación
genética que Él esperaba, para cumplir algún propósito en la tierra.
Cuando yo era joven, Fernando
Brown (Nando Boom) cantaba un reggae muy famoso en contra del aborto: “Déjalo
nacer”. Inmediatamente, la oposición se hizo sentir: en un semanario
humorístico, ampliamente leído, sobre todo por los jóvenes, dibujaron una
caricatura del artista, cantando ese tema, y al lado una jovencita humilde,
embarazada, diciéndole “Sí, claro… ¿y tú lo vas a mantener?
Pienso que debemos buscar
alternativas. Ya en los noventa, leí acerca de instituciones en las que
impedían el aborto de adolescentes, garantizándoles alimentación y cuidados
hasta que naciera el bebé, el cual era inmediatamente adoptado por alguna
pareja con problemas de infertilidad o pudiente. La Madre Teresa impulsó un
proyecto parecido en India, país con una gran cantidad de habitantes y en donde
un sector de la población padece graves carencias económicas.
Y, ¿por qué no quedarse con la
criatura? Billy Graham también menciona algo importante y es el sentimiento de
remordimiento que perdura años después de la pérdida del bebé. Un sentimiento
de impotencia por lo que ese hijo o hija pudo representar en la vida: un amigo,
un compañero, una ayuda en la vejez. Despedirse para siempre de alguien a quien
no se llegó a conocer, solamente por precipitarnos en nuestras decisiones, sin
pensar que hay alternativas.
Cuando observo los noticieros y
aparece ese tipo de sucesos, recuerdo a mis propios hijos y me pregunto cómo
sería mi existencia sin ellos, si hubiese tomado esa decisión. Acaricio sus
mejillas y le doy gracias al Señor por sus vidas, porque los tengo en mis
brazos. Qué importan los problemas, nada es mejor que gozar de la compañía de
ellos.