martes, 3 de septiembre de 2013

Ser saludables, ¿a qué costo?

No hace mucho leí el libro de Kevin Trudeau, "Natural Cures...", en el que se alerta de los peligros del estilo de vida moderno. En él, se pormenoriza la supuesta corrupción que existe en el sistema político estadounidense, en la FDA y, sobre todo, en la industria farmacológica.
Se denuncia los efectos tóxicos de alimentos cargados de colorantes y saborizantes artificiales, glutamato monosódico, jarabe de maíz de alta fructosa, aspartame y otros edulcorantes artificiales, azúcar y harinas refinadas, aluminio y otras barbaridades.
Según el autor, existen perjuicios para el organismo humano con el agua del grifo (por el cloro), por el uso del desodorante antitranspirante, champú, cosméticos y demás artículos de higiene personal moderna. También, el caos electromagnético producido por el uso de electrodomésticos, el estrés producido por ver noticias en televisión e incluso, el contacto con personas negativas. Todo esto, sin mencionar el tratamiento que la industria láctica y cárnica prodiga a sus productos, provenientes de animales maltratados, cargados de antibióticos y hormonas de crecimiento.
Se culpa a todos estos factores como los causantes de la epidemia de obesidad en los Estados Unidos y al creciente número de pacientes de cáncer, diabetes, hipertensión, lupus y otras enfermedades comunes en occidente. A pesar de lo anterior, el autor también proporciona claves para que las personas mejoren su estilo de vida, a través de la dieta orgánica y de elecciones saludables. Como las siguientes:
  • Evitar el contacto permanente con electrodomésticos y torres de alta tensión.
  • Utilizar ropa blanca y de colores claros lo más posible.
  • Reducir el número de cosméticos.
  • Consumir alimentos orgánicos y evitar restaurantes de comida rápida.
  • Utilizar filtros para el agua que se bebe y con la que se entra en contacto.
  • Eliminar alimentos industriales y altamente procesados.
Como vegetariana practicante, he abandonado desde hace varios años el consumo de bebidas gaseosas, bebidas alcohólicas y carne (incluyendo pollo, pavo y pescado). Ahora utilizo jabón, champú y acondicionador orgánicos de una conocida marca costarricense y evito, hasta donde me sea posible, la ingestión de alimentos industriales altamente procesados.
Sin embargo, existen recomendaciones del autor que me parecen impracticables, debido al estilo de vida que llevo, por ejemplo, soy una profesional de los sistemas computacionales y decir que voy a dejar de utilizar el teléfono móvil o la laptop se me antoja impracticable. Además, mi salario no alcanza para colocar filtros de agua en todos los grifos de mi casa en David y del apartamento que alquilo en Changuinola, o, peor aún, tener que comprar agua embotellada para beber, bañarse, lavar mi ropa, cocinar, fregar...
Hay que recordar que tanto en el lugar donde presto mis servicios como educadora, como en el sitio donde rento un apartamento, están ubicados en fincas bananeras, donde se fumiga vía aérea religiosamente. A veces me pregunto, cuando entro en contacto con tantos niños con problemas de aprendizaje y adolescentes con leucemia, si los químicos rociados a través de estas fumigaciones no estarán incidiendo en estos padecimientos; así como en las muy comunes alergias, asma y frecuentes resfriados, de los que incluso yo he sido víctima.
En conclusión, admiro a Kevin Trudeau, porque ha sido muy valiente en denunciar ante la opinión pública cómo las grandes compañías se hacen millonarias a costo del bienestar físico y mental de la gente. Estoy de acuerdo con él en que la agricultura orgánica provee de grandes beneficios ecológicos y para la salud de las personas y que un estilo de vida saludable - más que una dieta pasajera - es la mejor prevención contra la enfermedad física y mental. No obstante, también pienso que cada uno debe hacer sus propias elecciones basándose en sus posibilidades económicas y sistema de creencias; porque lo que resulta satisfactorio para uno, no necesariamente será bueno para otra persona.