domingo, 29 de diciembre de 2013

Urgente: cambio de actitud para el 2014.

Hace poco, tuve la oportunidad de charlar con A.S.T. Él me había comentado que estaba en Changuinola  únicamente por razones de trabajo y que soñaba con regresar a una pequeña heredad que poseía en Cricamola. Le pregunté que si regresaría a Cricamola con su esposa tan pronto como se jubilara de la compañía exportadora de banano en la que labora. Me contestó que la mortalidad de los jornaleros como él se acerca a los sesenta años de edad y que muchos, al jubilarse, ya están enfermos. De hecho, A.S.T. me confesó que, en su familia, la gente fallece joven y él está totalmente convencido que morirá en la plenitud de su vida.
 
R.A.A.A. es otro pesimista. Recientemente, me pidió oración por su hijo, gravemente enfermo, a quien llamó "el único heredero de mi pobreza". Cerré los ojos y recordé el comentario de la madre de R.A.A.A., quien decía que la única manera en que ella o su esposo viajarían a Panamá, sería para tratarse como pacientes en el Hospital Oncológico. Traté de refutar semejante afirmación, pero R.A.A.A. me dijo que sus padres son realistas, que ellos saben que son pobres, que siempre lo serán y que la única manera de salir de Bocas del Toro es, forzosamente, a través de una enfermedad incurable que requiera hospitalización.
 
Quiero pensar que A.S.T. y R.A.A.A., por desconocimiento de las promesas del Señor escritas en su Palabra, hablan de una manera fatalista, glorificando su situación financiera, convencidos de que no merecen una vida mejor. Sin embargo, incluso dentro de la iglesia, he escuchado a hermano(a)s con muchos años en el evangelio que se expresan de manera negativa y no conformes con ello, se esmeran en inyectarle pesimismo a los demás.
 
A pocos días de finalizar 2013 y empezar un nuevo año, yo hago un llamado urgente a todos los seres humanos que tengamos un cambio de actitud. Que comencemos 2014 con una mentalidad de victoria, que aunque estemos pasando por dificultades familiares, financieras, laborales, académicas o de cualquier naturaleza, entendamos que son situaciones pasajeras. No se trata de negar los problemas, o de fingir alegría u optimismo;  sino de confiar en el Señor, creyendo que Dios tiene el poder para restaurar nuestras vidas y afrontemos las pruebas con amor, fe y esperanza (1 Corintios 13:13).
 
Al poner toda nuestra confianza en el Señor, nuestra esperanza aumenta y soportamos las dificultades con una mentalidad diferente, sin amargarle la existencia a los demás, buscando culpables a nuestra situación desesperante y que creemos irremediable. Es tiempo de leer la Palabra y apropiarnos de las promesas de vida eterna, sanidad y prosperidad que nuestro Señor, en su infinita misericordia, nos ha legado a través de los diversos libros de la Biblia.
 
Es tiempo de arrepentirnos de todas esas palabras negativas con las que contaminamos nuestras almas y los ánimos de otras personas alrededor nuestro y empecemos a proclamar palabras de fe, sanidad y reconciliación con el Padre celestial a través de la persona de Jesucristo. Después de todo, el evangelio son buenas noticias para todo aquel que cree (2 Corintios 3:5-6, 9).

martes, 3 de septiembre de 2013

Ser saludables, ¿a qué costo?

No hace mucho leí el libro de Kevin Trudeau, "Natural Cures...", en el que se alerta de los peligros del estilo de vida moderno. En él, se pormenoriza la supuesta corrupción que existe en el sistema político estadounidense, en la FDA y, sobre todo, en la industria farmacológica.
Se denuncia los efectos tóxicos de alimentos cargados de colorantes y saborizantes artificiales, glutamato monosódico, jarabe de maíz de alta fructosa, aspartame y otros edulcorantes artificiales, azúcar y harinas refinadas, aluminio y otras barbaridades.
Según el autor, existen perjuicios para el organismo humano con el agua del grifo (por el cloro), por el uso del desodorante antitranspirante, champú, cosméticos y demás artículos de higiene personal moderna. También, el caos electromagnético producido por el uso de electrodomésticos, el estrés producido por ver noticias en televisión e incluso, el contacto con personas negativas. Todo esto, sin mencionar el tratamiento que la industria láctica y cárnica prodiga a sus productos, provenientes de animales maltratados, cargados de antibióticos y hormonas de crecimiento.
Se culpa a todos estos factores como los causantes de la epidemia de obesidad en los Estados Unidos y al creciente número de pacientes de cáncer, diabetes, hipertensión, lupus y otras enfermedades comunes en occidente. A pesar de lo anterior, el autor también proporciona claves para que las personas mejoren su estilo de vida, a través de la dieta orgánica y de elecciones saludables. Como las siguientes:
  • Evitar el contacto permanente con electrodomésticos y torres de alta tensión.
  • Utilizar ropa blanca y de colores claros lo más posible.
  • Reducir el número de cosméticos.
  • Consumir alimentos orgánicos y evitar restaurantes de comida rápida.
  • Utilizar filtros para el agua que se bebe y con la que se entra en contacto.
  • Eliminar alimentos industriales y altamente procesados.
Como vegetariana practicante, he abandonado desde hace varios años el consumo de bebidas gaseosas, bebidas alcohólicas y carne (incluyendo pollo, pavo y pescado). Ahora utilizo jabón, champú y acondicionador orgánicos de una conocida marca costarricense y evito, hasta donde me sea posible, la ingestión de alimentos industriales altamente procesados.
Sin embargo, existen recomendaciones del autor que me parecen impracticables, debido al estilo de vida que llevo, por ejemplo, soy una profesional de los sistemas computacionales y decir que voy a dejar de utilizar el teléfono móvil o la laptop se me antoja impracticable. Además, mi salario no alcanza para colocar filtros de agua en todos los grifos de mi casa en David y del apartamento que alquilo en Changuinola, o, peor aún, tener que comprar agua embotellada para beber, bañarse, lavar mi ropa, cocinar, fregar...
Hay que recordar que tanto en el lugar donde presto mis servicios como educadora, como en el sitio donde rento un apartamento, están ubicados en fincas bananeras, donde se fumiga vía aérea religiosamente. A veces me pregunto, cuando entro en contacto con tantos niños con problemas de aprendizaje y adolescentes con leucemia, si los químicos rociados a través de estas fumigaciones no estarán incidiendo en estos padecimientos; así como en las muy comunes alergias, asma y frecuentes resfriados, de los que incluso yo he sido víctima.
En conclusión, admiro a Kevin Trudeau, porque ha sido muy valiente en denunciar ante la opinión pública cómo las grandes compañías se hacen millonarias a costo del bienestar físico y mental de la gente. Estoy de acuerdo con él en que la agricultura orgánica provee de grandes beneficios ecológicos y para la salud de las personas y que un estilo de vida saludable - más que una dieta pasajera - es la mejor prevención contra la enfermedad física y mental. No obstante, también pienso que cada uno debe hacer sus propias elecciones basándose en sus posibilidades económicas y sistema de creencias; porque lo que resulta satisfactorio para uno, no necesariamente será bueno para otra persona.

domingo, 14 de julio de 2013

El banano comercial: algunas cosas que yo desconocía de su producción.

La primera vez que llegué a Changuinola, me sorprendió ver la gran cantidad de plantas de banano sembradas a lo largo de las vías de acceso al centro de la ciudad. No se parecían a las que sembró mi difunta bisabuela y uno que otro vecino en las tierras altas chiricanas, las cuales producían bananos (los chiricanos decimos “guineos”) pequeños, de intenso color amarillo y fuerte olor. Nada de eso. Eran unos racimos enormes, envueltos en unas extrañas bolsas azules, con perforaciones menudas.
 
Alquilé un apartamento pequeño, al lado de una empacadora de banano. El casero me había advertido que, después de las 5:30 a.m. era imposible conciliar el sueño, puesto que los transportadores arrancaban los “motores”, unos curiosos vehículos utilizados para mover los racimos de frutas desde la finca hasta la empacadora. Pero como tengo la costumbre de levantarme mucho más temprano que esa hora, no he confrontado dificultad alguna hasta el momento.
Así que, a medida que me habituaba a las vicisitudes de vivir en Finca las 30 (apagones de luz, clima impredecible, mala iluminación nocturna, delincuencia y suspensiones periódicas en el suministro de agua potable, entre otras cosas), también me puse a observar el movimiento del lugar: gente en jeans y botas de hule, yendo y viniendo;  chicas con delantales impermeables color amarillo, indígenas ngöbe con la ropa manchada de resina portando objetos que me parecieron guadañas en sus mano y jefes dando órdenes por doquier. Sentí una curiosidad enorme por saber lo que ocurría dentro de aquellos recintos.
A medida que comencé a conocer personas y a leer información sobre el tema (principalmente, del libro “El Indio sin ombligo”, del doctor Pernett y Morales y algunos artículos publicados en Internet) mi mente se formó una idea de lo importante que es la producción del “oro verde” en la economía de Changuinola. Sin afán de publicitarlo, el cultivo de banano ha proporcionado una gran cantidad de empleos vinculados directa e indirectamente con este rubro, aparte del surgimiento y desarrollo de universidades, negocios e industrias.
El domingo anterior, conocí a un supervisor, a quien llamaré Fran. Como resultó una persona de suave trato y a quien no parecían molestarle mis constantes preguntas, inquirí acerca del funcionamiento de las empacadoras: ¿para qué envuelven las cabezas de banano en bolsas azules? ¿cómo saben en qué momento cosechar? ¿por qué colocan unos objetos en forma de media luna en los racimos de banano? Y, finalmente, ¿qué rayos es una bacadilla? (Esta palabra la busqué en el Diccionario de la RAE y no la hallé, aunque lo intenté tanto con “v” y como con “b”, por lo que no estoy segura de cómo se escribe, realmente).
Fran me explicó que, contrario a lo que pudiese observarse a ojo de buen cubero, el cultivo del banano comercial se desarrolla de una manera científica y sistemática. Los bananos no se cosechan caprichosamente, existen unas cintas y unas medidas de calibración que sirven de referencia;  aparte de consideraciones logísticas (cantidad de personal disponible para cosechar, transportar, tratar y empacar la fruta) y climáticas, las cuales determinan si una temporada es de baja o alta actividad. Además, no se puede atiborrar una caja con bananos: se ha determinado un rango aceptable de peso y madurez de la fruta para poder envolverla en una cubierta plástica y sellar las cajas.
Existen cultivos que se pueden producir en casa, sin necesidad de muchos cuidados, desarrollando cosechas apreciables, como es el caso del guandú y los mangos. Con los bananos no ocurre igual, se requiere de bolsas plásticas para envolver las cabezas hasta el momento de su cosecha (para evitar las picaduras de insectos) y fumigación constante para mantener a raya toda clase de plagas;  amén de que las condiciones atmosféricas (sequedad o lluvias torrenciales) pudiesen afectar negativamente al producto final. Incluso, la cantidad de hojas que posee la planta en el momento del corte determinan la calidad de la fruta, pues pudo haber sido expuesta a demasiado sol, lluvia o evaporación de humedad y temperaturas que no son óptimas.
El corte de hojas dañadas o amarillentas, la fumigación aérea, la revisión prolija de cada racimo – colocándoles unos objetos de polyfoam, llamados “galletas”, entre mano y mano de banano – son cuestiones a considerar. Existen controles de calidad para todo, inclusive, llegan autoridades foráneas a cerciorarse que los fertilizantes, fungicidas e insecticidas utilizados en las fincas cumplan con las normas internacionales de seguridad, con el menor daño posible al ambiente y las personas que laboran allí.
En conclusión, el cultivo de banano ha impulsado grandemente la economía bocatoreña, generando fuentes de ingreso directas e indirectas y el surgimiento de negocios a todo lo largo de los lugares poblados de Changuinola, cercados por interminables sembradíos de banano y la esperanza de una vida mejor.

viernes, 19 de abril de 2013

La Agricultura Orgánica

En esta semana, tuve la necesidad de salir de la comunidad donde presto mis servicios como educadora y se me ocurrió pedirle un aventón al Ingeniero A.L., quien supervisa a las personas que trabajan en el huerto escolar. Durante todo el trayecto, estuvo dialogando conmigo de las bondades del huerto escolar: es una actividad productiva y gratificante para los residentes de la zona - en su gran mayoría, indígenas - , además de una fuente de ingresos extra. En un momento del viaje, detuvo el vehículo a la orilla de la calle, encendió su laptop y me mostró, una a una, fotografías que evidencian su trabajo: producción de arroz, tomates, espinaca, repollo, remolacha, cebolla, cebollina, lechuga romana, pepinos, nabos, frijoles...
 
No salía de mi asombro. Siempre tuve en mi mente el prejuicio de que solamente en las Tierras Altas chiricanas, de donde provengo, se podía producir frutas, legumbres y flores de semejante calidad, no en suelo arcilloso bocatoreño (sin embargo, hay que recordar que el globo de terreno donde se encuentra la escuela perteneció en algún momento a Bocas Fruit Company y, por tanto, está excelentemente abonado). El Ingeniero sonrió al notar mi interés y me explicó que es uno de los pioneros en el uso de un nematicida orgánico, elaborado a partir de un helecho común en esta zona. Con orgullo, me indicó la diferencia entre las legumbres producidas en mi tierra y las que su gente y él producen en el huerto escolar: la ausencia total de químicos residuales, tóxicos para el organismo humano, debido a la utilización de métodos de producción 100% orgánicos.
 
Le mencioné que soy vegetariana y que cuido mucho de mi salud, por lo que estoy totalmente a favor de la agricultura orgánica. La verdad es que no me duele pagar un poquito más de dinero por productos orgánicos, pues sé que son amigables con el ambiente y son altamente beneficiosos para mi salud;  sin embargo, no pude evitar tocarle el tema de la polémica entre los agricultores orgánicos y quienes afirman que para alimentar a una creciente población mundial (con el agotamiento de los suelos y la escasez de aguas potables y de suelos para la agricultura) se necesita la producción de monocultivos a gran escala y el uso de cada vez más potentes plaguicidas.
 
El Ingeniero comprendió estos argumentos y me dijo que era cierto, por lo que no los refutaba ni afirmaba estar en contra de ellos. No obstante lo anterior, también me dijo que los huertos caseros y escolares, utilizando métodos orgánicos es una garantía de alimentación saludable, además de una ayuda a la economía familiar o escolar, tanto si se consumen estos productos, como si se venden. Y, mi escuela no es el único centro educativo de la provincia de Bocas del Toro donde el Ingeniero L. coordina estas actividades, adicionalmente también dirige cuatro proyectos más.
 
A.L. tuvo la amabilidad de llevarme hasta la puerta de mi casa. Al despedirme de él y cerrar la puerta, me puse a meditar en la pasión con la que me habló de estas cosas y de la gente que, sin ganar un centavo, pero con la disposición de aprender algo productivo, sacrifica su tiempo para entregarse a esta actividad tan gratificante.

martes, 12 de febrero de 2013

El Volcán de Ayer. Parte I.

Hace muchos años, cuando Volcán era un pueblo pequeño y de pocos habitantes, cuando la calle principal no estaba asfaltada y había que andar con abrigo durante el día, ocurrió una tragedia familiar: una señora enviudó. Su pareja, Ramón, un guanacasteco que conducía un camión de carga, falleció súbitamente de un accidente cerebrovascular, dejándola desamparada de cualquier fuente de ingreso, pues ella era ama de casa.
 
Victoria, mujer de piel blanca, hija de un inmigrante italiano, tuvo que enfrentar una realidad muy triste, pues solamente había llegado hasta segundo grado de primaria y no poseía experiencia laboral en algún empleo "light". Por otro lado, hubo quienes debían dinero a Ramón, pero como él no conversaba de estas cosas con Victoria, ella nunca supo los nombres de los deudores - y ellos, obviamente, guardaron silencio al respecto.
 
Sola y con una hija adolescente a la cual enviarle dinero al internado donde se educaba, a Victoria se le ocurrió vender comida preparada por ella misma. Cocinar. Así de fácil... o tal vez no tanto. Victoria aprendió a cocinar a los ocho años de edad, en el fogón de su familia, pero no tenía experiencia cocinando para gente fuera del círculo familiar. Además, no poseía vajilla en cantidad suficiente, ni mesas para los futuros comensales, ni una estufa y ollas grandes. No obstante lo anterior, había que arriesgarse, su subsistencia estaba en juego y la de su única hija, la cual ya cursaba el último año de secundaria, a más de 200 kilómetros de Volcán. ¿Le iría bien?
 
Pero, Victoria tenía un as bajo la manga: siempre fue una persona amable, que se ganaba con facilidad el favor de la gente. Así que pidió a crédito todo lo que necesitaba: una estufa de cuatro fogones, con horno, vajilla, ollas y 90 balboas en madera, que en ese tiempo fue suficiente para construir un anexo en su casa, para poder colocar las mesas y equipar bien la cocina. ¡Y lo obtuvo! Y así comenzó su negocio de vender comida.
 
Hubo señores que pronto empezaron a frecuentar su comedor, maravillados del buen sabor y la calidad de la comida que esa humilde señora, sin estudios de chef, servía. Trabajadores que construían la calle de asfalto, jornaleros que arreaban cerdos o ganado desde Cañas Blancas, gente de múltiples funciones y oficios... Incluso a cuatro de ellos, también les cobraba por lavarles la ropa y planchársela.
 
Victoria debía levantarse todos los días a las tres de la mañana para preparar los alimentos (hojaldres, tortillas de maíz, patacones, huevos, salchicha y carne de res, que en ese tiempo estaba baratísima), pues había ocho señores que llegaban a las 5:00 a.m. a desayunar. Se iban y a las once ella ya debía tener listas las portaviandas para que se las llevaran con el almuerzo. Y en la noche, la cena. Cuando partía el último comensal, fregaba los platos, limpiaba la estufa (que no era como las de ahora, que funcionan con gas, sino con keroseno y despedía un calor espantoso) y dejaba todo listo para la jornada del día siguiente.
 
Esta señora, Victoria, es mi abuela, la cual me contaba todo esto ayer, postrada en una cama por causa de sus múltiples caídas y achaques propios de su edad - está por cumplir 87. Y a medida que la escuchaba, me percaté porqué la gente de cierta edad dice que antes las personas eran más bondadosas y menos materialistas que ahora.
 
Es decir, la maldad siempre ha existido, incluso antes, pero aun en medio de su desesperada situación, mi abuela se halló rodeada de muchas personas que le ayudaron. Dice ella que cuando solamente debía 38 balboas de madera, el hijo de la persona que le fió la madera le dijo que se quedara tranquila, pues le condonaba la deuda, sin que ella se lo pidiera (fue decisión de ellos). Y muchos vendedores de mercancía le concedieron crédito, así, confiando en su palabra - y ella les quedó bien.
 
Mi abuela tuvo que trabajar muy duro. Verdad que no es fácil recibir a un grupo de ganaderos a las siete u ocho de la noche y ponerse a esa hora a cocinar para servirles cena, estando agotada del ajetreo diario, con una estufa endiabladamente caliente y fregar con agua súper fría a las 9 ó 10 p.m. En ese tiempo, Volcán tenía un clima mucho más fresco que ahora, a veces incluso granizaba.
 
Observo sus manos enormes, de gruesos dedos, mientras le corto y limo las uñas. Manos curtidas por el trabajo duro, pero honesto, que le dio ganancias suficientes para pagar los estudios de mi mamá en la Normal de Santiago (ahora mismo mi mamá tiene 17 años de haberse jubilado como maestra de primaria y con ese ingreso, mantiene a mi abuelita, que ya no puede trabajar). Y cuando nos miramos a los ojos, tengo la certeza de que todo el sacrificio que hizo en el pasado no quedó sin fruto, pues ahora nos corresponde a nosotras ayudarla.

lunes, 7 de enero de 2013

La fruta perfecta.

Hace muchos años, cuando era niña, leí en un ejemplar de Escuela para Todos, el relato de cómo Dios creó la fruta perfecta. Recuerdo que el autor del cuento escribió que, cuando el Señor terminó de crear el mundo y a los seres humanos, les dijo a estos últimos que pidieran lo que quisieran. Todos se antojaron de una fruta; pero debía ser dulce y agradable al paladar, no tener semillas enormes que representasen un peligro de asfixiarse, debía pelarse con facilidad, un olor delicado, no demasiado dura ni demasiado blanda y ser comestible para niños y adultos de edad avanzada. Dios entonces creó el banano.

Obviamente, esta relación no la registra la Biblia, sin embargo, siempre me llamó la atención y la recuerdo con agrado, pues verdaderamente, el banano es uno de mis frutos predilectos. Han sido muchas las ocasiones en que, al sentir hambre cuando viajo o realizo diligencias y no haber un restaurante cerca (o el dinero suficiente para pagar un almuerzo o cena...), acudo al vendedor de frutas y uno o dos bananos me satisfacen y me sustentan para el resto de la jornada.

Esta fruta fragante, a la que los chiricanos llamamos guineo y mis primos en la Madre Patria denominan plátano, es de bajo costo - al menos acá en América Latina - y muy versátil, puedes comerla cruda, hacer purés, pancakes y dulces con ella o batidos, mezclada con otra fruta. Está disponible en tiendas pequeñas, supermercados y en lugares donde venden legumbres. Y sabe exquisita, sin importar si estamos en temporada seca o lluviosa.

Laboro en Changuinola, pequeña, pero pujante ciudad de la hermana provincia de Bocas del Toro, en donde el cultivo y exportación del banano es una de las principales actividades comerciales de la comunidad. Existen hectáreas y más hectáreas de terreno, plantadas exclusivamente de banano, además de empacadoras de la fruta. Tengo entendido, según lo que he investigado, que el tipo de suelo es el más adecuado para cultivarlo, ayudado por el clima, predominantemente húmedo.

Cuando llegué por primera vez a Changuinola, me sorprendió no solamente la cantidad de estas plantas; sino también la cercanía de las casas a los sembradíos. Pero la mayoría de la gente parece no molestarse... o, al menos, es la impresión que me dieron los lugareños. Una señora que acude a la iglesia, al testificar sobre uno de los beneficios recibidos por el Señor, nos comentó que debemos dar gracias a Dios por las plantaciones de banano y bendecirlas en Su Nombre. En vez de "chacharrear" o refunfuñar por las camisas de nuestros esposos, decía ella, manchadas con aquella resina color ocre, debemos dar gracias al Señor, porque si no fuera por ese rubro, Changuinola no gozaría del auge comercial actual.

Recientemente, conversé con A.A., un vivaz indígena que trabaja para "la compañía". Al preguntarle qué funciones ejercía, me contó que es deshojador. Me explicó que él y otros compañeros examinan las plantas y retiran las hojas amarillentas y dañadas, cortándolas con un instrumento adecuado. A.A., al igual que otros muchos indígenas con educación incompleta o pocas oportunidades laborales, terminan con sus ropas manchadas de resina y un machete en la mano, trabajando medio tiempo o tiempo completo en una plantación. Nunca se ha quejado del salario, no hablamos de eso, pero tengo entendido que la paga es buena, mas no excelente.

Un tema que sí le toqué fue el de los químicos que se emplean en la fumigación aérea. Le comenté que en la comunidad donde presto servicios como educadora, existen muchos casos - demasiados, tal vez - de niños con retardo mental y problemas de aprendizaje, además de algunos adolescentes con leucemia. Ese vecindario está peligrosamente cerca del bananal, donde fumigan religiosamente cada semana y los indígenas (en su mayoría, ngöbe-buglé) viven en moradas informales, no muy aisladas de los químicos tóxicos que fluyen en el ambiente. Por toda respuesta, A.A. me dijo que ese era un tema complejo. Y, créeme que dijo una gran verdad.

Otra persona que evitó dar detalles acerca de estas cuestiones fue L.G. En cierta ocasión, le mencioné un poema del autor salvadoreño Roque Dalton, en el que se habla de "el infierno de las bananeras" y le pedí su apreciación sobre el mismo, ya que es un hombre con 28 años de experiencia al servicio de la compañía. Abrió un poco más sus ojos castaños y luego, con la facilidad de expresión oral que le caracteriza, señaló que no sabía a lo que el poeta se refería. Sonrió al explicarme, con voz tranquila y serena, que la compañía le había brindado excelentes oportunidades de desarrollo laboral, sobre todo, escalar a puestos administrativos.

En conclusión, sigo siendo tan ignorante del funcionamiento de las bananeras como cuando descendí por primera vez del bus que me traía desde David, mareada del viaje y de la belleza de las cascadas naturales. Pero, de algo estoy segura, mientras en Changuinola exista este auge económico por causa de las exportaciones de banano, habrá almacenes, restaurantes, supermercados, transporte de carga, pizzerías y muchas otras cosas más. Siempre se requerirá que educadoras, como yo, dejemos por un par de años nuestra tierra y vayamos durante diez largos meses a atender niños preciosos, de piel broncínea, cabellos negros y una mezcla de inocencia y travesura en sus ojos. Ellos recibirán el incomparable beneficio de una formación académica y nosotras creceremos como personas, con la satisfacción de haber servido a nuestro prójimo y una herida abierta en el corazón, al recordar a la gente con la que nos relacionamos y a la que jamás volveremos a ver.

Yo no sé si los bananos que me como, al igual que las otras frutas, legumbres y cereales que forman parte de mi dieta diaria, están cargados de sustancias nocivas para mi salud. Pero eso no me impedirá disfrutar de esa delicia, que mis parientes europeos tienen que comprar carísima, ni será motivo para que deje de alabar a Dios por haber creado la fruta perfecta.