Dice mi amiga E. B. que no quiere que su hija llegue a la adolescencia. E. B. no es la única que me ha expresado semejante preocupación. Son muchas las madres que ven con tristeza el rumbo que ha tomado la juventud de un tiempo a esta parte y temen, no propiamente al desarrollo de sus hijas; sino a que cometan errores que arruinen sus vidas.
Sexo premarital, embarazos no deseados, enfermedades de transmisión sexual, adicción a drogas legales (alcohol, tabaquismo, coca-cola y demás gaseosas (¿?), café...) e ilegales, accidentes de tránsito... la lista es larga. Los padres y madres miran hacia atrás, hacia su propio pasado y no desean que aquellos errores que les costaron lágrimas les trunquen la vida a sus hijo(a)s. O, simplemente, son tradicionalistas y no conciben que aquellos valores éticos y morales que con tanto amor le inculcaron a sus hijo(a)s simplemente no los practiquen y rechacen.
Depresión, frustraciones, malas actitudes, rebeldías, accesos de violencia, desafíos a todo tipo de autoridad y muchas otras cosas, son producto - dicen algunos - del cambio hormonal, de la influencia de la moda y de los medios de comunicación masivos, de la desintegración familiar, de la falta de amor y comprensión en el seno del hogar. Tendría que escribir un libro para analizar todos estos puntos de vista, pero, algunas personas piensan que la adolescencia es, simplemente, una etapa conflictiva por la que todos tenemos que pasar, una especie de bautismo de fuego.
Lo único que me resta decir es que los padres y madres deben inculcarles, desde pequeños, sólidos valores que les sirva de guía para el futuro. Deben comprender que no siempre estarán allí para protegerlos a ellos y que los adolescentes deben tomar sus propias decisiones y planificar sus futuros.
Qué duro debe ser darse cuenta un día que el niño o la niña ya no existe, y que en cambio, hay un ser humano - ni niño ni adulto - lleno de inquietudes acerca de sí mismo y de los demás, un poquito confuso por los cambios que experimenta...
Papá, mamá: ¡No tengas miedo! Es ahora cuando más te necesitan, aun cuando no te lo demuestran. Ámalos, que esa es tu misión principal en la vida. El trabajo, los títulos universitarios, el estatus, la carrera, estas cosas no son lo que más recordarán; recordarán que los amabas, los apoyabas y que LOS DEJASTE SER.