lunes, 5 de octubre de 2009

Cuando un líder se va.

El miércoles pasado, mi país se vistió de luto para darle el último adiós al ex presidente Guillermo David Endara Galimany. Fueron cientos, tal vez, miles, las personas que, recordando los tiempos en que este estadista combatió los abusos del régimen dictatorial, se vistieron de blanco y agitaron pañuelos blancos a medida que sus restos mortales avanzaban por las calles de la capital.

Me enteré de la muerte de Endara la noche del lunes. Los periodistas se dieron a la tarea de resaltar los valores que adornaban la vida de este hombre, así como presentar imágenes de los sucesos clave de su existencia: cuando se graduó, cuando se casó, cuando fue electo Presidente de la República de Panamá, cuando recibió aquella paliza, cuando entregó la banda presidencial al presidente entrante - E. Pérez Balladares - sus otras candidaturas y sus últimos años, trágicamente marcados por la diabetes y las enfermedades coronarias.

Le comenté a mis familiares que está muy bien que la gente recuerde lo bueno de cada cual, pero, ¿acaso no sería mejor darle las gracias personalmente en vida? ¿para qué homenajes y reconocimientos cuando la persona ya falleció?

Si hay una cosa de la que me arrepiento es de no haber expresado mi amistad, buenos deseos y gratitud en vida, no solamente de Endara, sino de muchas personas que he conocido y que se fueron de este mundo, sin que yo les haya agradecido.

En todo caso, la muerte del ex-presidente fue serena, repentina, sin dolor y tuvo lugar en su casa (no en un hospital, conectado a máquinas o con tubos metidos en la nariz o boca). Supongo que Dios le pagó con esta paz los buenos servicios que rindió a su patria - a nosotros.

De tal manera que, aunque tarde, le agradezco a Endara y no solo a él; sino a Balladares, Moscoso, Torrijos, Martinelli y todos los corregidores, ministros, alcaldes, representantes, diputados y líderes que a lo largo de mi existencia han servido al pueblo panameño con sus talentos y buenas obras.