martes, 1 de marzo de 2011

Un puntapié a la lechuza.

En el noticiero de ayer, el público pudo observar de qué manera un futbolista propinaba un puntapié a una lechuza que, por algún motivo había aterrizado en el campo de juegos, hecho ocurrido en el hermano país de Colombia. Hoy, me enteré de que el animalito murió.

El jugador de fútbol parecía compungido cuando ofreció sus disculpas ante los medios de comunicación por su acción; sin embargo, todo el mundo se enteró de esto y lo condenaron fuertemente, inclusive, algunos querían agredirlo físicamente.

La artista Solinca, hoy considerada amiga y protectora de los animales, al ser entrevistada por un periodista local, repudió la acción y dijo con toda claridad que este hecho reflejaba la profunda crisis de valores, no solamente a nivel de la persona que cometió este hecho, sino en toda la sociedad panameña. Yo, como una opinión personal, estoy de acuerdo con Solinca.

En todo el mundo, el tráfico de animales silvestres es un negocio que representa la muerte o cautiverio de miles de criaturas que no tienen culpa alguna de los perversos designios del hombre. Se extraen partes de sus cuerpos con fines "medicinales" u ornamentales, en tanto que otras pasan el resto de sus miserables existencias lejos de sus hábitats naturales, separados de sus familias, atados o encerrados, presos sin haber cometido ningún delito, como es el caso de los loros, guacamayas, tucanes, periquitos y otras aves.

Y los animales domésticos no se la tienen más fácil. Creo que existen muchas personas que tienen mascotas, pero no deberían poseerlas, pues no se preocupan por alimentarlas, procurarles atención veterinaria o asearlas como debe ser, sino que las golpean y maltratan.

Los animales no nos critican, ni nos dan consejos que no hemos pedido, ni conspiran en contra nuestra. Nos aceptan tal como somos y se ganan nuestro cariño con su belleza e inteligencia.

Amémoslos y cuidémoslos, pues son la creación de Dios, al igual que este mundo que salió de Su mano de artista.