martes, 16 de febrero de 2016

La oportunidad que no vuelve.

Cuando estaba recién casada, una señora (la cual se distingue por su generosidad), me ofreció un trato de negocios: quería que yo le comprara algunos terrenos de su inmensa propiedad, la cantidad que yo quisiese, pagando poquito a poco. Me entusiasmé en gran manera, pero, al estar sin un empleo fijo ni una fuente de ingresos que me permitiese efectuar los pagos mensuales o quincenales, conversé con mi flamante esposo. Por toda respuesta, se quejó que Los Algarrobos (la cual, en realidad, queda a pocos minutos de la ciudad de David) estaba "muy lejos" y que, si no íbamos a construir enseguida una vivienda para morar ahí, la gente iba a hacernos una jugarreta con la propiedad. Que no teníamos tiempo de ir allá a sembrar nada y que no nos convenía. Sin alternativas, no le toqué más el tema a la señora. Sin embargo, mi corazón guardaba en lo más profundo la ilusión de que, algún día, reuniría el dinero suficiente para adquirir el terreno.

Pasé algunos años sin lograr obtener empleo. Cuando finalmente alcancé una estabilidad laboral, invertí fuertes sumas de dinero en mi formación profesional, cosa que me ayudó para la consecusión de un traslado hacia mi provincia. Luego, comencé a reponer el dinero de mis ahorros, siempre con la idea de contactar nuevamente a la señora para preguntarle si aún conservaba algunos terrenos a la venta.

La semana pasada la llamé. Me sentí muy triste cuando me comentó que, al morir su esposo, distribuyó las tierras entre sus dos hijos. Que si quería comprar, debía pagarle B/. 10,000.00 de abono inicial a la urbanizadora de su hijo, más letras mensuales de quinientos balboas. Al cerrar el teléfono, lamenté no haber aprovechado la oportunidad que ella me brindó, diez u once años atrás. Fue una sensación de impotencia y de derrota, porque durante años no tuve manera de hacerle frente a esa obligación, de adquirirla, y más, porque ahora que sí cuento con el dinero y la estabilidad laboral, ya las circunstancias cambiaron.

Una oportunidad tocó a mi puerta y no supe aprovecharla. Ahora, prácticamente no existen terrenos a la venta: todo se hace a través de urbanizadoras con las que uno "se casa" por x cantidad de años, pagando intereses altísimos. Y lo más triste es que los patios de dichas casas son pequeños, habiéndome criado en una propiedad grande en Volcán, yo soñaba con tener una vivienda con bastante áreas verdes para esparcimiento de mis hijos y para sembrar algunas hortalizas o árboles frutales.

¿A cuántas personas no les ocurre lo mismo que a mí? Bien por capricho o terquedad, por falta de dinero, por situaciones que obligan a desistir de nuestros sueños, una y otra vez, se nos presentan oportunidades que podemos aprovechar o desperdiciar, a sabiendas que nunca jamás volverán a tocar a nuestra puerta.

Tal vez algún día, logre adquirir una propiedad maravillosa, en un buen sector. Pero, de todo esto, aprendí que las oportunidades hay que aprovecharlas y que debemos ser creativos para derribar todo obstáculo que nos impide alcanzar nuestras metas y sueños.