Hace poco, abordé un autobús de la ruta David - Changuinola y, para hacer más llevaderas las largas horas de viaje, trabé conversación con un joven indígena. Este señor me contaba que fracasó en su primer matrimonio, con una chica de su etnia y, luego, se enamoró de una mujer blanca, con quien sostenía una relación. Cuando la joven llevó al novio a su pueblo - fronterizo con Costa Rica - para presentarlo a sus parientes, los familiares rechazaron de inmediato al indígena. Le dijeron a la muchacha, delante del pobre hombre: "Oye, qué mal gusto tienes". Y, al servirle el almuerzo, adrede le pusieron un trozo de carne cruda, lo cual provocó una discusión entre ambas partes. Como es obvio, el noviazgo terminó en fracaso.
Chombos, cholos, mudas de cucaracha, paliduchos, amarillos, monos, judíos narizones, árabes hediondos... A lo largo de toda mi vida he escuchado todo tipo de epítetos racistas en contra de negros, indígenas, chinos, blancos y gente de otras religiones y costumbres. Recuerdo que mi piel pálida, cuando estaba en la escuela, me valió un sobrenombre denigrante. Según afirman ciertos activistas, todavía hay discotecas en la ciudad capital que le niegan la entrada a personas de piel oscura. No falta quien desconfía de los negros, pues consideran que son delincuentes. Los hombres negros son maleantes y ladrones. Las mujeres negras son brujas. Los judíos aman el dinero y son tacaños. Los árabes son machistas y malgeniados. Las colombianas son prostitutas y los colombianos son narcotraficantes y sicarios.
Pero, la peor parte se la llevan los pueblos autóctonos de nuestro país. La gente dice que los cholos tienen mal olor, no se bañan, andan piojosos, se comen los piojos, se comen los mocos, son chochinos, asquerosos, son feos y horribles, son idólatras, malagradecidos, recostados, vagos, mantenidos, andan sucios, son borrachos, malapaga, problemáticos... y muchas cosas semejantes a estas.
A veces me pregunto si el orgullo que sentimos por ser Panamá un crisol de razas no será más que una fachada tras la cual escondemos nuestro temor y desconfianza hacia seres humanos cuyas costumbres, orientación sexual, religión y condición económica son diferentes a la nuestra. A muchas personas de la capital las he escuchado llamándonos con desprecio "cholos" a los habitantes del interior de la república (veragüenses, chiricanos, chorreranos, santeños, herreranos...) y, para la mayoría de la gente, es un insulto que la comparen con un indígena (no seas cholo, no seas tan Urracá, qué cholito, no seas "indiorante"). Nos llenamos la boca diciendo que los alemanes y los estadounidenses son la quintaesencia del racismo, pero no reconocemos la discriminación reinante en nuestra nación.
¿Desde cuándo un ser humano único y valioso, por quien Jesucristo dio su sangre, merece nuestro desprecio por ser demasiado blanco o demasiado oscuro? ¿Qué clase de sociedad permite que la etnia o la religión influya en la decisión de brindarle una oportunidad de estudios o trabajo bien remunerado a una persona? Y, ¿por qué motivo la gente siente más orgullo al engendrar hijos blancos que hijos de piel oscura?
Solamente la Palabra del Señor tiene el remedio contra el racismo y la discriminación. Como dice Romanos 2:11 "PORQUE NO HAY ACEPCIÓN DE PERSONAS PARA CON DIOS". Así que, dejemos que el amor de Jesucristo llene nuestra vida y seamos capaces de bendecir a otros seres humanos, aunque con nuestra mente humana no logremos comprender porqué actúan o hablan de determinada manera.