sábado, 19 de julio de 2014

El Sufrimiento de un Trabajador Pobre.

Hace poco, conversé con I.T., quien venía de una cita médica en David. Aparentemente, aquí en Changuinola el sistema de salud pública no posee especialistas para ciertas dolencias físicas, así que I.T. tuvo que viajar a mi provincia para tratarse allá. Cuando le pregunté a qué se debía esta cita médica, me contó que hace algunos años, se intoxicó gravemente con un químico que normalmente utiliza BFC en sus operaciones. Estuvo al borde de la muerte, llamaron a su esposa para que estuviera presente en sus momentos finales, cosa que felizmente no ocurrió. Sin embargo quedaron secuelas de esta vivencia, al recibir mucho sol, este hombre experimentaba fuertes dolores de cabeza y se impacientaba con los gritos de sus hijos (cosa que antes de este incidente, no le afectaba en lo mínimo).

También E.A. se intoxicó con un químico en la empacadora, dejándolo a punto de quedarse ciego. A pesar de su juventud, él atribuye su delgadez al hecho de que manipula estos compuestos.

Otro que tuvo dificultades con el riego aéreo para el control de la sigatoka fue A.S.T. Iba conduciendo tranquilamente su tractor cuando la avioneta de fumigación dejó caer algo de un líquido transparente sobre él. No le cayó en la cara, porque el casco lo protegía, pero sí regó sus brazos y pecho;  así que se le lavó y restó importancia al incidente. Sin embargo, al día siguiente una horrible erupción cutánea apareció en el lugar afectado, obligándolo a buscar asistencia médica.

¿Qué falló en estos casos? ¿Estos tres trabajadores obviaron los procedimientos de seguridad? ¿Fueron accidentes laborales fortuitos, algo que ocurrió porque tenía que ocurrir, o pudieron haberse evitado? ¿Qué hacen Coobana y BFC para minimizar estos incidentes?

A cada uno de ellos (motorista, deshojador y tractorista) les pregunté cuánto ganaban mensual o quincenalmente, y su respuesta me dejó asombrada. Yo pensé que, dado que madrugan y soportan las inclemencias del clima sobre sus humanidades, estaban ganando como mínimo 450.00 por mes, sin embargo no es así. Y, como estamos en temporada baja, nada más hay cosecha de banano durante ciertos días: al ganar por hora, obviamente, obtienen menores ingresos y la economía familiar se resiente.

En el caso de I.T., su esposa también trabaja, pero igual, mantener 4 hijos pequeños (una de ellas, con cierta discapacidad física) con 58 ó 60 balboas por semana es un reto. Y, en la situación de A.S.T., sus tres hijos mayores ya son independientes, pero su esposa depende de él, lo mismo que sus dos hijos más pequeños. Se siente tan asfixiado, que me confesó que le gustaría hallar un empleo nocturno, para compensar la falta de fondos. Incluso, le gustaría regresar a la comarca para trabajar en su heredad, no obstante la reciente crecida del río Cricamola lo disuadió.

Yo podría, al igual que muchos, despotricar en contra de los indígenas: tienen más hijos de los que pueden mantener y no estudian, cerrándose a sí mismos la puerta de oportunidades y perpetuando el círculo de la pobreza sobre sus hijos. Pero, a estas alturas, ninguna de estas críticas va a edificar las vidas de estas personas, ni va a ayudarles a paliar su situación.

La semana pasada, los trabajadores afiliados a Sitrapbi y Sitraibana salieron, como todos los años, a marchar por las calles de Changuinola, recordando a Antonio Smith y a todos aquellos lisiados y fallecidos durante la refriega de 2010. Abel Beker denunció que BFC y las fincas independientes desean eliminar todo género de transporte del banano que no sea el acarreo manual. De implementarse este sistema, algunos empleos podrían desaparecer, poniendo en una situación de desesperación a varias familias. Y los jornaleros que acarreen los racimos desde las fincas hasta las empacadoras podrían comprometer su salud a largo y mediano plazo.

Realmente, como cristianos, debemos orar para que estas empresas (que tanto han contribuido a la economía de la región y generado tantas fuentes de empleo, que son una bendición para las familias de la localidad), tomen decisiones sabias que sean de beneficio para todos los involucrados. No hay que olvidar que los bananos fragantes y dulces que Usted y yo comemos, están regados con las lágrimas y sudor de muchos trabajadores pobres de esta hermosa provincia.